miércoles, 24 de julio de 2013

Prólogo.

Orfanato Brixell, Míchigan, 08 de Febrero de 1996.

Las estrechas calles de Brixell estaban desiertas y a oscuras. Aun dolorida por el parto prematuro, ella caminaba con algo de dificultad hacia el norte, quedaba poco para llegar, podía reconocer las calles de aquella ciudad como la palma de su mano. Había crecido allí, y era en aquella misma ciudad donde quería que su hija creciese. Quería quedarse con ella y cuidarla, pero eso no era una opción y lo sabia. Necesitaba ponerla a salvo, de ella y de los Originales. Aquella secta encontraría la forma de dar con ella, se enfurecerían al no dar con su sucesora, y no descansarían hasta encontrar a su linda Crystal. Pero. Tendrían que trabajar muy duro para encontrarla, puede que incluso tardasen año, los años suficientes para que su Crystal pueda vivir una infancia casi normal.
Ella se paró delante de las enormes puertas dobles de acero, besó la frente del hermoso bebé de cabellos castaño que tenía entre sus brazos, le acarició la mejilla. Una lágrima bajó por su blanquecina mejilla mientras se deleitaba de los últimos segundos con su adorada Crystal.
—Que los truenos te acompañen mi ángel.—dijo y acarició el medallón de la pequeña.
La envolvió en las varias capas de mantas y la puso sobre el suelo. Tocó a la gran puerta con fuerza y se alejó hasta una esquina donde no la pudieran ver.
Minutos después una mujer menuda y con sus largos años encima abrió la puerta, miró a un lado, al otro y luego miró a sus pies. No dudó ni un segundo, recogió a Crystal y entró.

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